Japón necesita al Abenomics, con o sin Abe como premier
La prioridad de los votantes es la economía y también debería ser la del primer ministro.
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La caída de la popularidad de Shinzo Abe en las encuestas fue repentina, pero no sorprendente. En las últimas cinco semanas, la aprobación del primer ministro japonés se ha desplomado desde 50% a 34%, arrojando tanto su propio futuro como el de su programa económico –conocido como Abenomics- en la confusión. Pero Abenomics debe continuar, con Abe o sin él.
Su caída en desgracia tiene poco que ver con la economía, que está teniendo un buen desempeño. En cambio, refleja un par de escándalos desastrosos, que han minado la confianza pública en Abe. Él niega estar involucrado, pero como primer ministro es responsable de las acciones del gobierno.
Asumiendo que no salga a la luz una corrupción descarada, Abe tiene la difícil tarea de reconstruir la confianza pública antes de presentarse a la reelección en el otoño (boreal). Hay dos formas en que podría intentarlo. Una es un cambio radical de su gabinete y alejarse de Abenomics, señalando un cambio. Otra es redoblar sus esfuerzos en la economía –y solo en la economía- señalando determinación. Este curso de acción es el correcto.
Abe ha triunfado como primer ministro por más de cuatro años debido a que ofrece una promesa económica. Es cierto que los sueldos han subido poco. Pero los japoneses pueden sentir al mercado laboral más apretado, escuchar la confianza de las empresas, y ver el alza en los precios de las acciones. Pueden no amar las consecuencias de las bajas tasas de interés del estímulo masivo del Banco de Japón, pero fácilmente superan a los años de estancamiento.
Lo que Abe ha hecho mal es alejarse de la economía para enfocarse en temas de Constitución y asuntos exteriores. Significan mucho para él, pero poco para el votante promedio. En cambio, Abe debería enfocarse en la prosperidad. Eso significa renombrar a Haruhiko Kuroda como gobernador del Banco de Japón o, si Kuroda no está dispuesto, escoger a un candidato que esté tan determinado como él a terminar con la deflación.
Eso también significa resistir las demandas de subir los impuestos mientras la inflación se mantenga débil. Y mientras la importancia de la reforma estructural está exagerada, se necesitan serios cambios al mercado laboral, no solo un esfuerzo que complazca a las masas para terminar con las largas jornadas de trabajo de los asalariados. El fin de la era Abe está a la vista. Debe reconocer que su legado no depende de una reforma constitucional menor. Dependerá, en cambio, de si fue el hombre que terminó con dos décadas de deflación.